domingo, 28 de agosto de 2011

Y entonces, empieza la juerga.


Comienza por la pared, baja por el pasillo y sigue hasta el pie de la escalera. A nuestra espalda queda un reguero de ropa: mi chaqueta, la suya. No miro hacia atrás. De eso nada. Sus dedos siguen las indicaciones del piloto automático y llevan a cabo un reconocimiento. Primero exploran bajo mi camiseta y mi sujetador, sobre mis pechos. Se detienen un poco en los pezones mientras yo me comprimo contra él y le desabrocho el cinturón. Después se deslizan hacia abajo, me agarran las nalgas y me empujan aún más, hacia él. A continuación, me rodean los muslos, se introducen bajo la falda, en el interior de las bragas. Entre tanto, yo ya le he bajado la cremallera. Mi mano se desliza hacia el interior. Mientras agarra con fuerza lo que hay dentro. Él interrumpe el beso por primera vez desde que cerró la puerta. Me pasa el top por la cabeza y lo deja caer a mi espalda, en la escalera. Mis ojos están cerrados y por un instante se dedica a contemplar mi rostro y a prestar atención a mi afanosa respiración. Después, me desabrocha el sujetador, libero mis brazos y lo arrojo sobre la barandilla. Abro los ojos y sonrío. Me pasa las manos por los costados y caderas, introduce los dedos bajo mi falda y me la levanta hasta la cintura. 
- Tiéndete - me dice.
Y lo hago, con las piernas y el trasero en el suelo y la espalda contra el respaldo de la escalera. Se arrodilla a mi lado, me suelta las ligas, me baja las bragas y me las quita. Mientras me separa las piernas modifica su posición, inclina la cabeza, roza con los labios la parte inferior de mi muslo, hace la Broma, pasando de largo por el surco en el que tenía que encajar su lengua y se conforma de momento con la suave piel de mi estómago. Comienzo a jadear, y él cierra los ojos. Me alegro de que sea él. Después, abajo. Muy abajo.

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